Si tú te atreves

La mal recortada tarjeta de San Valentín se quedó debajo de su pupitre, casi como por accidente. La recogió del suelo, mirando hacia todos los lados, pero la algarabía de los muchachos que entraban en clase después del recreo hizo imposible que encontrara al culpable. La tarjeta, sencilla a más no poder, no tenía firma. La guardó en la mochila con cuidado, pero también con una cierta vergüenza. Un rubor intenso, que supo dominar bastante bien, había acudido a sus mejillas.

Ella, otra ella, sentada en su respectiva mesa. No había perdido detalle de la labor de reconocimiento. No pretendía conseguir nada de que aquel acobardado gesto de valentía. Digo más: claro que lo pretendía, pero no albergaba esperanza alguna. Sabía que no la había. Tanto era así, que ni tan siquiera había firmado la tarjeta.

La niña se pasó meses mirando en derredor, buscando quién podía haber sido el muchacho que la hubiera marcado, señalado. Hasta el momento en que recibió aquella tarjeta no sabía que él existiera, pero ahora que su presencia se había revelado no deseaba otra cosa que desenmascararlo.

Su objetivo se resistió a sus técnicas de espionaje y durante lo que duró aquel curso escolar ambas lograron guardar su secreto. En el siguiente septiembre la clase se reunió igual que siempre, inalterable al paso de los cursos, excepto por una baja. La chica rubia y pálida que había venido para tan sólo un curso, cumplió y desapareció de sus vidas.

Nuestra otra niña, morena de pelo ondulado, no acusó la ausencia de  su compañera de infortunios; pero sin saberlo había perdido la oportunidad de conocer a quien le había dejado una tarjeta mal recortada y el tierno corazón en un puño.

Muchos años después, en una facultad de Psicología, un día de San Valentín, una tarjeta mal recortada volvió a aparecer en su mesa. Esta vez no estaba escondida, sino valiente, encima del pupitre. Una vez más, la chica morena miró en derredor, desconcertada. En su campo de visión entró segura y clara la visión de la muchacha rubia. Durante unos segundos, se quedaron allí, quietas, evaluándose y leyendo sus razones. Una, segura del camino que había tomado después de media vida de dudas y reproches propios. La otra, huyendo de un ambiente represivo y tal vez de sus propios medios.

Hasta que al final la muchacha morena habló.

-Si tú quieres, habrá una de estas cada año.

 

 


Este relato participa en #relatosTarjetas de @divagacionistas

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